Por María Paz Domínguez(*)
Corría octubre del año 2015 cuando postulé y fui la única latinoamericana becada para participar en un curso sobre construcción participativa de constituciones. Era dictado por IDEA Internacional y el Centro de Recursos para la Paz de Barcelona. Postulé en mi calidad de miembro de la directiva nacional del movimiento ciudadano Marca AC, los mismos que llamamos a marcar el voto en la elección presidencial de 2013.
Mis compañeros y compañeras de curso eran personas que habían participado de procesos constituyentes en el Medio Oriente, Europa Oriental y África. De hecho, yo estaba participando de este curso cuando la presidenta Bachelet anunció el proceso constituyente que finalmente se llevaría a cabo el año 2016 con los encuentros locales autoconvocados, así es que pude presentar esa propuesta para recibir comentarios tanto de docentes como de mis compañeros de curso.
Pero no son esos comentarios los que más recuerdo. Como todo en educación, la actividad que más marcó mi formación fue una experiencial y es la que quiero compartir en lo que resta de esta columna.
Se trata de mi experiencia como constituyente.
Nos dividieron en dos grupos: en uno estábamos quienes jugaríamos el rol de miembros de la asamblea constituyente y en el otro grupo estaban quienes harían las veces de miembros de la sociedad civil. Teníamos que decidir sobre dos o tres materias: en qué país se haría el siguiente de estos talleres, sí ahí comeríamos sándwich de jamón o de queso y otro tema que ahora no recuerdo y que no es importante en la historia.
El asunto es que, como siempre me pasa porque es parte de lo que hago, tomé el rol de facilitadora del diálogo y, papel en mano, propuse que primero viéramos en qué estábamos de acuerdo para luego negociar en aquello en que no estábamos de acuerdo. Empezó entonces el debate en torno al primer tema. No había acuerdo respecto de este y asumí que no tenía por donde conseguir algo en este sentido, entonces empezamos a hablar sobre el contenido del sándwich. Toda mi atención estaba en la negociación de votos entre los constituyentes para lograr un acuerdo.
Y es en ese momento donde sucede lo más importante: nos rodea la sociedad civil para decirnos sus preferencias. Algunos de ellos preferían que el sándwich fuera de queso, otros querían que fuera de jamón y otros decían que el siguiente taller fuera en Túnez.
Este fue un gran ejercicio y un gran aprendizaje porque, como constituyente, me di cuenta de la demanda cognitiva que significa negociar e intentar llegar a un acuerdo. Tenía total claridad de la relevancia de la sociedad civil en el proceso constituyente pero en el ejercicio mismo la perdí de vista. La negociación intra-asamblea absorbió por completo mi atención.
Considerando el proceso histórico que empezamos a vivir tras las elecciones de este fin de semana comparto este relato por tres motivos y quizás usted, que está leyendo esta columna, encuentre más.
El primero y más obvio dice relación con la importancia de la participación de la sociedad civil en el proceso constituyente. Hasta con la mejor de las intenciones es fácil aislarse en la negociación entre convencionales, porque esta es cognitivamente muy demandante.
El segundo punto que me parece relevante de destacar es la oportunidad que este proceso nos abre para desarrollar capacidad de deliberación tanto en los convencionales como en la sociedad civil. Esta (la capacidad de deliberación) es una habilidad fundamental para la convivencia democrática y una educación segregada como la nuestra, junto con un sistema de medición que premia la respuesta correcta como el SIMCE, con el correr de los años la ha ido mutilando poco a poco en Chile. ¡En nuestro proceso constituyente no hay respuestas correctas! Como ya han dicho varias personas, debemos aspirar a construir nuestros acuerdos de convivencia y en esto la capacidad de deliberación es vital. Así, los acuerdos que se alcancen serán fruto de un proceso de intercambio razonado de argumentos y el contenido de la constitución terminarán siendo aquel que tengan sentido para este contexto histórico, político y valórico.
Y para terminar, esta experiencia también me hace reflexionar acerca de la importancia de contar con un mecanismo que permita una interacción constante y constructiva entre convencionales y la sociedad civil. En mi experiencia constituyente la llegada de la sociedad civil con pancartas y sin un espacio para el diálogo fue abrumadora, tan abrumadora y paralizante que todavía la recuerdo. El foco del trabajo de la convención debe ser el diálogo y la deliberación: (1) entre convencionales, (2) entre organizaciones de la sociedad civil y (3) entre convencionales y organizaciones de la sociedad civil. Para ello es clave que haya espacios que se abran explicitamente con este fin y personas que los faciliten.
Por mi trabajo, me ha tocado organizar varios procesos participativos y en este tema hay una tensión que es necesario relevar: quienes llegaron a la convención tienen el mandato de representar a otras personas, van entonces a preguntar a sus bases todas y cada una de sus decisiones? ¿Qué decisiones se conversan con la sociedad civil? ¿En qué instancias? ¿Bajo qué formato o estructura? Asumo que los y las convencionales no se ven a si mismos/as como “un robot” que sólo ejecuta lo que las bases le mandatan, no?
Las respuestas que la convención le de a estas preguntas serán clave para la legitimidad del proceso que estamos empezando y que no es otra cosa que un proceso pedagógico de construcción de capacidad de deliberación y diálogo.
Bienvenidos y bienvenidas.
*Es directora de CompásPedagógico Consultores.