La educación no sexista es una demanda histórica de los movimientos de mujeres, docentes y de estudiantes, sin embargo, hay sectores que aún se oponen a ella. En esta nota profundizamos en qué consiste esta práctica pedagógica.
El pasado viernes, 54 parlamentarios/as de oposición ingresaron un requerimiento al Tribunal Constitucional por una norma incluida en el recientemente aprobado proyecto de ley integral por una vida libre de violencia para las mujeres y niñas.
Quienes suscriben el documento señalan que la educación no sexista, incluida como medida de prevención de la violencia de género en el proyecto de ley, sería inconstitucional. Esto, porque limitaría “el derecho de la libertad de enseñanza de los establecimientos educacionales y el derecho preferente de los padres a educar a sus hijos”.
Más allá de si el articulado es inconstitucional o no, no es primera vez que sectores de derecha se oponen a la educación no sexista, señalando que esta “ideologizaría a las infancias”. Por otro lado, movimientos de mujeres, feministas, docentes, estudiantes y progresistas llevan años exigiendo esta práctica educativa en las aulas.
Pero, ¿qué es el sexismo y cómo se refleja en la educación? El sexismo es, en palabras simples, la discriminación y prejuicios basados en el sexo o el género. Aschly Elgueda, profesora de Filosofía y coordinadora de la Región Metropolitana de la Red de Docentes Feministas (REDOFEM), señala que hay múltiples formas en que este se encuentra en las aulas, desde comentarios o creencias, normas diferenciadas para niños y niñas, hasta en los contenidos trabajados.
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“La utilización de frases de la cultura popular como; “siéntese como señorita”, “las damas son más tranquilas que los varones”, “a los niños les va mejor en matemáticas o ciencias” (…) Los/as estudiantes aprenden cómo “ser hombres y ser mujeres” mediante la reproducción de normas de conducta al interior de las escuelas”, explica la docente. Todas estas prácticas, que muchas veces están invisibilizadas o incluso se perciben en los contenidos curriculares, “son el espejo de una sociedad que continúa segregando y discriminando a mujeres y disidencias”.
Educación no sexista
Según el Ministerio de Educación, una educación no sexista es aquella que incluye “una formación en igualdad de género y de derechos para todas las personas (…) Esto con el propósito de eliminar las desigualdades que se producen y reproducen en la educación y después se perpetúan en la sociedad”. Es decir, una educación que no realiza diferencias entre lo que se le exige, lo que se espera y lo que se enseña a sus estudiantes, dentro y fuera de la sala de clases.
Para Aschly Elgueda, el punto de partida es reconocer que la educación es sexista y luego “identificar espacios, momentos y prácticas que reproducen la violencia sexual y de género e intervenir para desarrollar espacios educativos seguros”. Algunas prácticas pedagógicas en este sentido son:
- Enseñar sobre consentimiento como herramienta preventiva del abuso
- Talleres y charlas en temáticas interesantes para niños, niñas y adolescentes con perspectiva de género
- Incluir referentes mujeres y disidentes en los contenidos
- Promover una cultura de respeto y no violencia
- Participación equitativa en actividades y espacios escolares
La integrante de la Red de Docentes Feministas señala que una educación no sexista “es urgente para trabajar por una real transformación en la realidad de mujeres, niñas y niños, y disidencias sexuales y de género”. En ese sentido, no solo es una herramienta para la prevención de violencias, sino que es la base para un profundo cambio cultural y social que permita la igualdad de género y de derechos.
Entonces, si la educación no sexista es una herramienta para generar espacios seguros, sin violencia sexual y de género, en las entidades educativas, ¿por qué genera rechazo? Para Elgueda, “la educación no sexista desafía la idea de que los hombres y las mujeres tienen roles predefinidos en la sociedad, por lo tanto amenaza una visión de la familia tradicional y de los roles y estereotipos de género, de la mujer cuidadora y el hombre proveedor”, visiones que usualmente defienden sectores de derecha o religiosos.