*Por Renato Rojas Dall’Orso
En una de sus canciones más emblemáticas, Anita Tijoux, hija del exilio, plantea que “A veces quisiera tener alas como pájaro / volar por el tiempo donde estuvo Lautaro / y olvidar yo, por un tiempo / que la mitad de mi familia está muy lejos”. En estas palabras, encontramos el sentir de más de un millón de personas en la diáspora que constituye la comunidad chilena en el exterior.
La música genera instancias para la vinculación cultural, social y política, apelando al lenguaje de las emociones para caracterizar demandas y perspectivas, por lo que se hace necesario mencionar el rol de la Nueva Canción Chilena durante los procesos revolucionarios de la Unidad Popular y su relevancia en la caracterización de la vida en el exilio, sus sonoridades, sentires y reivindicaciones.
Es en estas historias de exilio que se forjan las bases de una comunidad marcada por realidades diversas: historias compartidas desde la violencia de la dictadura cívico militar, el desplazamiento, las familias construidas en territorios internacionales y, en tiempos recientes, por la emigración causada por la precarización de la vida, por razones académicas, afectivas, sociales, entre otras. Es así como las lógicas de solidaridad, vinculación y encuentro han primado en los distintos hitos que han orientado el desarrollo comunitario en el exterior.
Algo que compartimos quienes residimos en el territorio sin territorio denominado región exterior, es la lógica de vinculación asociada a las históricas demandas por verdad, memoria, reparación y garantías de no repetición; la protección a la nacionalidad y la lucha contra la apatridia; el derecho a la vinculación con Chile expresado a través de un Distrito y una Región Exterior; la lucha contra la violencia institucionalizada y la prisión política; el reconocimiento de los derechos culturales y el derecho al retorno seguro y voluntario, con perspectiva de derechos humanos.
No por nada Inti Illimani, en Vuelvo, cantan: “Con cenizas, con desgarros / con nuestra altiva impaciencia / con una honesta conciencia / con enfado, con sospecha / con activa certidumbre / pongo el pie en mi país, y en lugar de sollozar, de moler mi pena al viento / abro el ojo y su mirar/ y contengo el descontento”.
Esta conciencia se vio reflejada en los resultados del plebiscito constitucional del 4 de septiembre, donde resultó ganadora la opción “Apruebo”, con un 60,92% de las preferencias. ¿Será esta añoranza o el conocimiento de las realidades en países garantes de derechos humanos y fundamentales lo que nos orienta hacia esta decisión? Quizás sea reflejo de una conciencia comunitaria que se puede ir profundizando a futuro.
Dicho esto, la rechazada propuesta de nueva Constitución recogía anhelos y demandas del exterior. En el capítulo dedicado a los derechos fundamentales y sus garantías, abría estableciendo que son inherentes a toda persona, determinando su titularidad. Es muy revelador que los primeros derechos consagrados fueran la vida e integridad personal (artículo 21), que ninguna persona será sometida a desaparición forzada (artículo 22), la prohibición del exilio, destierro y relegación (artículo 23), el derecho a la verdad, memoria y reparación integral y la obligación del Estado de prevenir, sancionar e impedir la impunidad.
Solo con el aseguramiento de estos derechos es que se podrían ejercer los derechos fundamentales de manera plena y asegurar que en Chile, nunca más ocurran estas violaciones.
La influencia en el devenir del texto constitucional de la comunidad exterior fue esencial, al recoger como un ejercicio de memoria la misma estructura de la propuesta constitucional. Así, el reconocimiento de la vinculación con el país debe permanecer como un piso mínimo democrático para el actual momento constituyente.
Esperamos que con una futura habilitación constitucional, se reconozca nuestra historia política, social, cultural y patrimonial, la protección expresa a la nacionalidad y la irrenunciabilidad de la misma, la creación de un distrito exterior como mecanismo representativo y el establecimiento de una región exterior como instancia participativa y comunitaria, con una división política pertinente culturalmente, asociada a la distribución geográfica de la comunidad exterior, que reconozca a las diversas individualidades, asambleas autoconvocadas y de solidaridad, con garantías para su participación democrática y popular.
A pesar del Rechazo, el momento constituyente, popular y participativo, no tutelado, sigue vigente. Tanto las organizaciones autogestionadas como la acción institucional, deberán responder a la demanda de mayor participación por parte del padrón electoral de 97,239 electores, del cual el 52% son mujeres. Con un aumento de casi 20,000 electores, se puede observar que hay un gran interés en participar de procesos representativos y participativos por parte de la comunidad chilena en el exterior.
Medidas como el voto adelantado o por correo, la ampliación de los alcances del servicio exterior mediante más consulados, ya sea formales, honorarios o móviles y un censo de personas y organizaciones de la comunidad exterior pueden ser opciones para profundizar y garantizar una mayor vinculación y cohesión social, con participación efectiva, incidente y vinculante.
Como grupo históricamente invisibilizado, nos preguntamos: ¿Dónde vivimos, cuántos somos, de qué manera nos articulamos? Tenemos algunas respuestas dadas por el actualizado padrón electoral, los ejercicios comunitarios y autogestivos de las diversas organizaciones desde el exilio y las asambleas articuladas desde la revuelta social, y los esfuerzos institucionales impulsados por la División para la Comunidad de Chilenos en el Exterior (DICOEX) del Ministerio de Relaciones Exteriores.
Con la eventual consagración constitucional de la comunidad exterior, podremos trabajar en conjunto con las federaciones, organizaciones, asambleas e individualidades en responder a estas preguntas, generar acciones conjuntas y reconocer nuestra diversidad desde la unidad. Como dice la canción, “Es que el mundo es tan grande y uno tan pequeño”, pero juntos no estamos solos. Poder actualizar nuestra propia geografía política es esencial para un futuro conjunto.
Conociendo las diversas realidades de los países en que vivimos, y nuestras particularidades como comunidad, buscamos una senda de futuro para un Chile del que nunca más dejaremos de ser parte activa. No por nada son demandas que nos mueven desde hace más de cincuenta años; son semillas que nuestros compatriotas que vivieron el ciclo político de la Unidad Popular plantaron en las nuevas generaciones. Ahora es momento de hacerlas germinar en conjunto.
Esperamos que se reafirmen los avances y pisos mínimos para la comunidad en el exterior y para la sociedad en territorio nacional, que permitan una acción política, social y cultural organizadas, por quienes ya no están, por quienes estamos y por quienes vienen.
“He sido yo el que he partido, recorrido / miles de kilómetros en todos los sentidos / mido la importancia de mi vivencia / en mi existencia, encuentros coincidencias”.
Que esta vivencia fortalezca el camino futuro, y nos encontremos como hijas, hijes e hijos de la rosa de los vientos.
*Renato Rojas Dall’Orso es politólogo e integra la «Asamblea de chilenxs movilizadxs de la Ciudad de México».