La reciente controversia sobre la censura de la mesa de la Cámara de Diputados presidida por Karol Cariola, no solo ha puesto en juego un enfrentamiento político, sino también los límites de la empatía humana dentro de esta arena.
Como diputada del Distrito 6, no puedo evitar sentir una profunda indignación por lo sucedido, especialmente por las declaraciones de la diputada María José Concha, quien impulsó la moción de censura.
La imagen de una mujer recién parida, acompañada de su hijo, en medio de una votación tan tensa, me parece profundamente miserable. Quienes hemos pasado por un parto sabemos lo frágil que puede ser ese momento, y el simple hecho de exponer a una madre y su hijo a este tipo de presión es, en mi opinión, una muestra clara de insensibilidad y falta de humanidad.
No solo me siento preocupada por la salud de Karol y su hijo, sino también por el mensaje que esto envía a la sociedad. La diputada Concha, que se presenta como defensora de la vida, parece mostrar una contradicción flagrante en sus acciones, al poner en riesgo la integridad de un niño recién nacido para lograr un objetivo político.
La falta de empatía es alarmante, y la actitud del Partido Social Cristiano (PSC), que insiste en seguir adelante con esta censura, solo refuerza esa sensación de deshumanización. A pesar de que la moción fue rechazada por 72 votos en contra, 51 a favor y 1 abstención, el PSC ha dejado claro que no se rendirá fácilmente, y continuará con su presión sobre la mesa de la Cámara.
Lo que más me preocupa de esta situación es el trasfondo moral. ¿Hasta qué punto la política debe anteponerse al bienestar de las personas? En este caso, el bienestar de una madre y su hijo, que no tenían que ser expuestos a este tipo de juego político.
El precio que pagamos quienes estamos comprometidos con la política es alto, y muchas veces no solo se mide en votos o en poder, sino también en las vidas de las personas que, como Karol Cariola, se ven obligadas a enfrentar situaciones límite para mantener su liderazgo.
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