Los lugares del poder

*Por Sol Garcés

 

El día que salió humo blanco anunciando el acuerdo constituyente, no pude evitar pensar en el 2019, en la explosión del dolor acumulado en el Chile profundo, un malestar transgeneracional, centenario y, tristemente, muy latinoamericano.

 

Más de 20 años de oleadas de movilizaciones sociales y la profundización de una desigualdad feroz, fomentada por un sistema económico y social, basado en la mercantilización de todo lo posible, a costa de las personas y del ecosistema, y custodiado por nuestra actual Constitución, culminaron en la mayor crisis de derechos humanos de la historia del Chile post-dictadura.

 

En pleno siglo XXI, en Chile se escribió una historia de fuego y sangre, que terminó con muertes, mutilaciones, detenciones y privaciones de libertad injustas y, en definitiva, miles de violaciones a los derechos humanos, cometidas por las fuerzas del Estado, en nombre del orden.

 

En ese contexto, el acuerdo y propuesta de los partidos políticos, para enfrentar la crisis política, social y de legitimidad, fue la de arribar a un nuevo pacto -léase con voz en off-; una nueva Constitución que permitiera comenzar a reparar este problema estructural de Chile.

 

Con todo el dolor y la rabia, con enojo, pero también con mucha esperanza, la ciudadanía manifestó un acuerdo aplastante con una idea que ya era evidente: necesitamos una nueva Constitución. Y así, cerca del 80% de la población votante dijo Apruebo Nueva Constitución –y Convención Constitucional, digámoslo señorxs–.

 

La composición de la Convención fue muy decidora de ese momento, con paridad, escaños reservados y una diversidad tremenda, que se alejó de las clásicas alineaciones que conocíamos, esas lideradas por las Alianzas por Chile/Chile Vamos y las Concertaciones/Nuevamayorías.

 

En un trabajo solitario y poco difundido, en constante tensión y obstaculizado por errores, ataques y fake news, la Convención produjo un borrador sin el suficiente tiempo de discusión y armonización; mayores análisis aparte, la –triste– realidad es que, esta vez con voto obligatorio, Chile dijo: “Este borrador no es la Constitución de Chile”.

 

La celebración de la victoria no se hizo esperar, desde el centro, que se bajó del Apruebo a medio camino, hasta esos más duros, que se quedaron en el siglo XX glorificando al dictador, sin falta quisieron darle su propio contenido al Rechazo, quedando los movimientos sociales y las organizaciones de la sociedad civil con un margen de acción cada día menor.

 

Y esto era lo espeluznante: la incertidumbre. Mientras se fraguaba -o cocinaba- el acuerdo, constatamos que hay quienes, cuando están en los lugares del poder, lo ejercen de una forma sutil y devastadora, pavoneándose en total control de la situación y dándote a entender –con cada reunión pospuesta, declaración irónica y duda sembrada, subiendo y bajando de la conversación y tirando los hilos de sus influencias en beneficio propio– que no hay nada que puedas hacer al respecto.

Enoja el paternalismo de un acuerdo hecho a espaldas de la ciudadanía, en que un universo de más de 15 millones de votantes podrá escoger sólo a 50 representantes, que van a competir por un cupo en el Consejo Constitucional, desde las listas de los partidos políticos que idearon el acuerdo, para discutir un Anteproyecto redactado por una mesa de expertas y expertos designados por el Congreso y el Senado –y que trabajarán por un año sin sueldo, o sea, gente como uno–, en un proceso que además será tutelado por un “Comité Técnico de Admisibilidad”, que revisará las normas que se dicten y se aprueben en la discusión, a la luz de las 12 bases constitucionales, previamente acordadas –por quienes idearon el acuerdo, ejem–.

 

Pero, aunque nos enoje, no parece algo que debiera sorprendernos tanto. Las fuerzas que celebraron el 4 de septiembre se encuentran hoy totalmente rearticuladas, en control del terreno constitucional y posicionadas frente a un proceso que pareciera avanzar según sus tiempos, sus condiciones y sin contrapesos. Como los términos de una rendición.

 

Y volvemos a la incertidumbre, por las y los expertos designados, por el contenido del Anteproyecto, la estrategia que van a adoptar los partidos afines al pasado Apruebo en las elecciones y la subsecuente distribución de fuerzas políticas en el Consejo Constitucional y, sobre todo, si este proceso culminará con una nueva Constitución, que represente realmente al Chile del siglo XXI. 

 

En definitiva, volvemos a la incertidumbre sobre si tenemos -o tendremos-, como ciudadanía, movimientos sociales y organizaciones de la sociedad civil, algún margen de acción en este momento constituyente que se re-abre.

 

Latinoamericano el malestar, pero también la resiliencia. No nos queda más que mirar con atención y presionar con fuerza, que si de rendirse se tratara, seguiríamos en la colonia, el analfabetismo, en el voto censitario y masculino, en el closet, en la vereda de la historia.

 

Y ya no estamos para eso.

*Sol Garcés es egresada de Derecho de la Universidad de Chile y Chilota