*Por convencional Manuel Woldarsky González
Los Pueblos Originarios (PPOO) han existido como naciones desde mucho antes de la colonización española y la conformación del Estado de Chile. Sin embargo, nunca se les ha reconocido su estatus de nación y el trato que siempre han recibido, primero de parte de colonizadores, y luego de parte de los sucesivos gobiernos, ha sido un trato discriminatorio, opresivo, incluso genocida. Acciones como el despojo de sus tierras, la asimilación cultural, la obligación de hablar castellano y ser escolarizados en esa lengua y no en la suya, entre otras, son violaciones de sus derechos humanos.
En paralelo, y desde la fundación de nuestra república, se ha tenido una visión de homogeneidad cultural y étnica que, en mi opinión, está lejos de la realidad. Chile, país de “mestizos”, siempre contó con presencia indígena y de inmigrantes: primero europeos, luego asiáticos, y hoy latinoamericanos, lo que da cuenta de esta idea errada de homogeneidad. Somos un país costero (en el nuevo código, “un país oceánico») y a la vez andino, donde sus habitantes han desarrollado modos de vida que son muy distintos entre sí dadas sus particularidades territoriales, económicas, climáticas, etc. Tenemos diversas formas de llamar el mismo tipo de pan (marraqueta, pan batido, pan francés), hablamos más o menos “cantadito” según el territorio que habitamos y bailamos cueca de diferentes maneras; de hecho, dentro de nuestros “bailes típicos” tenemos tal variedad que nos tomaría la vida entera aprenderlos todos. Sin folclorizar, somos tan diversos como ricos en culturas y diferencias.
Existe un concepto proveniente del mundo feminista que nos ayuda a entender nuestras diferencias: la interseccionalidad. Ésta, puede entenderse como la “desviación de la norma”, y hace que nos miremos y reconozcamos nuestros privilegios y desventajas frente a otros. Por ejemplo, una persona con escolaridad completa, tiene ventaja en el ámbito laboral (y en todos los demás) si la comparamos con una persona que tiene escolaridad incompleta. Si además esa persona es indígena, la brecha entre ambas se agranda. Entonces, ¿qué oportunidades puede tener alguien cuya comunidad históricamente se ha asociado con la flojera y el alcoholismo? ¿Qué pueden hacer quienes han sido representados como extintos, mudos o invisibles en textos escolares? ¿Qué sentiríamos si ni siquiera en la constitución se reconoce nuestra existencia?
Para la conformación de la Convención Constitucional se reservaron 17 escaños para personas provenientes de los pueblos originarios. Si esto hubiese sucedido 30 años atrás, esos 17 escaños no habrían existido pues la constitución sólo hablaba de chilenos, anulaba derechamente a los PPOO. Es más: hoy, en pleno año 2022, dentro de esos 17 escaños reservados para PPOO, no hay ningún representante del pueblo Selk’nam, pues para la fecha de las inscripciones de las candidaturas, no estaba reconocido ese pueblo como originario. Así de burda ha sido la institucionalización de nuestra diversidad, pero se ha dado, lo hemos logrado, lo estamos logrando, no es un invento. Sin “indigenismo”, sino con sentido de realidad.
No solo se trata de reconocer su existencia, sino de considerar sus particularidades al momento de tomar decisiones como enfrentar un juicio. Tenemos numerosos casos, como el de la convencional mapuche y autoridad ancestral Machi Francisca Linconao, que fue la primera sentencia que aplica el Convenio N°169 de la OIT en Chile; y el de la pastora aymara Gabriela Blas, por solo mencionar algunos de los más dramáticos en nuestra historia.
El reconocimiento de la plurinacionalidad es el primer paso para asegurarle a los pueblos originarios una vida digna; reconocer su preexistencia y su autodeterminación es una forma de corrección histórica al horror provocado por los siglos de ostracismo y opresión. Por eso es tan importante también el proceso constituyente, pues nos lleva a recordar que nuestra carta fundamental debe estar basada en quienes somos y qué proyectamos hacia el futuro de manera colectiva -que, en mi humilde opinión, es lo que ha ocurrido con todo lo ya plasmado en el borrador-, y ese “quienes somos” debe definirse con honestidad, sentido de la realidad y profundo orgullo.
*Manuel Woldarsky González es abogado, defensor de Derechos Humanos y convencional constituyente por el distrito 10, Región Metropolitana.