No basta con la Convención

Por María Paz Domínguez

Directora de CompásPedagógico Consultores

 

En una de sus primeras actividades el presidente electo Gabriel Boric decidió dar una señal de apoyo y visitar la Convención Constitucional. Hito simbólico de gran importancia, ya que la supervivencia y respaldo a este órgano era parte de lo que estaba el juego en esta elección.

Presidente electo, Gabriel Boric, junto a la presidenta de la Convención Constitucional, Elisa Loncon

 

Habiendo sido parte activa del movimiento por la Asamblea Constituyente desde 2013, escribo esta columna para argumentar que, en vista a los desafíos que el país enfrenta, no basta con el trabajo de la Convención, no basta con una nueva Constitución. La crisis es muy compleja y estamos poniendo todos los huevos en la misma canasta si pensamos que todo se va a resolver a través de un nuevo texto constitucional. Es importante, que duda cabe, pero no es suficiente.

 

Las dos vueltas presidenciales que acaban de terminar tuvieron plataformas muy emocionales (miedo, esperanza y reacción al ninguneo son algunas) que dieron cuenta, para mi gusto, de muchos dolores que no han sido vistos y, que por lo mismo, tampoco se han podido procesar. Hay dolor en las mujeres que temíamos un retroceso en los avances de los últimos años, hay dolor en quienes vivieron la Unidad Popular y temían que con uno de los candidatos se pudiera reactivar una crisis de esa envergadura.

 

Está también el dolor de quienes viven en barrios tomados por el narcotráfico y donde las policías están coludidas y compradas por estas mismas fuerzas. Barrios donde no hay Estado y tampoco hay justicia ni trato digno. Hay dolor también en zonas como La Araucanía donde irónicamente la violencia se ha vuelto cada vez más frecuente como un intento de «resolución de conflictos». Hay dolor cuando la justicia nunca llega, cuando hay una justicia para pobres que es distinta de la justicia para ricos.

 

Y, por qué no decirlo, hay también otros dolores de los que en Chile no se habla: los traumas que han ido dejando los muchos desastres naturales que hemos tenido que enfrentar. Tras cualquier desastre natural, al día siguiente en Chile la vida sigue como si nada hubiera pasado y, querámoslo o no, eso tiene impacto en las personas: en un estudio que comparó la prevalencia de estrés postraumático en adultos tras los terremotos de 1985 en Santiago, Chile y de 1983 en Coalinga, California, se encontró que mientras en Chile este era observable en el 19% de los adultos, en Coalinga se observaba solamente en un 3% de los mismos (Durkin, 2003).

 

No basta con la Convención Constitucional para procesar todo esto. En octubre de 2019 explotó todo junto y no es sabio poner todos los huevos en la misma canasta, no podemos esperar tanto de un solo órgano, aún cuando sea histórico y tenga características únicas en el mundo como la paridad y escaños reservados para pueblos originarios. Necesitamos, además, otros espacios que permitan procesar estos dolores acumulados ya por muchos años y muchas generaciones. Necesitamos espacios de diálogo.

 

La historia no se repite, sólo rima. Y creo que fue una rima del 5 de octubre de 1988, lo que vivimos el pasado 19 de diciembre de 2021 (en la celebración del triunfo en La Alameda pusieron Malbicho de Los Fabulosos Cadilacs y en la multitud repetíamos a coro «digo NO, digo NO, digo NO, digo NO, digo NO!»). Estamos empezando a vivir la némesis de la transición a la democracia de 1990 y creo que necesitamos evitar repetir la misma receta. Propongo entonces que el trabajo de la convención sea acompañado por un diálogo nacional donde cada persona pueda contar su historia tantas veces como lo necesite (cuando participé en un taller de formación del Centro Nansen en Noruega, una persona del grupo contó que en El Congo fue necesario un proceso de diálogo de dos años para poder sentar las bases de un acuerdo de paz duradero. Ante todo y sobre todo el diálogo necesita de TIEMPO, por lejos el recurso más escaso).

 

Las muchas víctimas de trauma ocular tras el estallido social necesitan contar su historia si no queremos seguir presenciando suicidios como el de Patricio Pardo , quien no pudo resistir tanta indiferencia. La escucha también otorga dignidad y ayuda a procesar el dolor. La capacidad de escuchar aquello que es incómodo de escuchar está en el corazón de la convivencia democrática y en el corazón del diálogo también. Por eso, Alfredo Zamudio insiste en que el diálogo es “para valientes”. Requiere de valentía escuchar una versión distinta de la historia y seguir escuchando, no cansarse de escuchar y atreverse a contar la propia historia también.

 

De acuerdo con lo que propone el Centro Nansen para la Paz y el Diálogo, el diálogo es distinto de la negociación, de la mediación y del debate. El diálogo es un espacio seguro donde poder decir mi verdad, así como también poder escuchar la verdad de otras personas. Es un espacio donde es posible cambiar de opinión, a diferencia de los espacios de debate que tanto vimos en esta última campaña presidencial.

 

Me imagino este proceso de diálogo nacional como un espacio abierto donde haya tiempo y espacio para todos los dolores. Para los dolores de estos últimos 30 años, para los dolores de las víctimas de violencia policial, para los dolores de quienes se sintieron vulnerados/as durante la Unidad Popular, para los dolores de quienes han sido víctimas de desastres naturales. Un espacio de reencuentro real dónde se empiecen a sentar las bases de una nueva forma de convivencia.

 

Aprender a convivir en paz (lejos de los cotidianos micro golpes de estado) es lo que nos exige el país que está naciendo y es ingenuo esperar que la nueva Constitución también se haga cargo de ello.