*Por Vanessa Ferrer Radovich
Finalmente, y después de tres meses de conversaciones, la clase política el día lunes 12 de diciembre, logra llegar a un acuerdo en materia constitucional para el desarrollo de un nuevo proceso después de la abrumadora derrota que tuvo el texto presentado por la Convención Constitucional el pasado 4 de septiembre.
Da la impresión de que nadie quedó contento ni conforme con este acuerdo; por un lado, la izquierda más extrema, salió al día siguiente a declarar que manifestará la solicitud de modificaciones al acuerdo para aprobar la moción parlamentaria cuando deba votarse en el Congreso, varios militantes comunistas afirmaron que estaban descontentos con el acuerdo principalmente por el tema de los expertos elegidos por el Congreso. Por el lado de la derecha radical, pudimos observar al Partido Republicano que ni siquiera suscribió el acuerdo, y eso simplemente, porque no quieren una nueva Constitución (algo sabido). La prensa y las redes sociales utilizando conceptos como “cocina”, “los poderosos de siempre”, y otras más soeces, tampoco han demostrado su conformidad con el citado acuerdo, sin embargo, poco a poco iremos observando, según como se lleve este proceso, las reacciones y adhesiones a éste.
Lo que nos queda claro nuevamente es que los extremos ideológicos de nuestro país no entendieron absolutamente nada. La izquierda siempre quiso repetir el proceso anterior, (al menos la forma, quizás también el fondo…), intentando deslegitimizar las atribuciones de la representación democrática parlamentaria. Esto es preocupante, ya que la ciudadanía pareciera no entender que son ellos mismos (los propios ciudadanos), quienes, en votaciones populares, eligieron a sus representantes (diputados y senadores) para que, valga la redundancia, los “representen” en la Cámara, y dentro de sus facultades, va implícita la legitimidad de sus decisiones, por tanto, NO es antidemocrático que sean ellos quienes elijan la Comisión Experta que el acuerdo suscribe. Tampoco entendieron que Chile no quiso el texto anterior, lo rechazó con más del 62%, y eso incluye el proceso, la forma y el fondo, por lo tanto, pretender repetirlo todo, es entregar a Chile a una nueva derrota y quedar con la Constitución de la dictadura.
Por su parte, la derecha extrema quiere creer (o hacernos creer), que el 62% le pertenece y que los chilenos no quieren una nueva Constitución, argumentando el tan mencionado artículo 142 de la ley 21.200, desconociendo el plebiscito de entrada en el cual el 78% aprobó la idea de nueva Constitución, o bien, quitándole legitimidad con argumentos tan infantiles como que “pasaron 3 años”, “no era voto obligatorio”, “hay que preocuparse de la delincuencia ahora”, etc. Claramente, este tipo de niñerías es no querer entender que vivimos en un país mayoritariamente de centro, que quiere cambios, pero moderados, derechos sociales, pero no refundación, y que la Constitución actual ya perdió legitimidad (si es que alguna vez la tuvo…).
Sin duda alguna que el acuerdo no deja 100% feliz a nadie, todos habríamos querido modificar al menos algo del acuerdo. Podemos discutir el rol de los expertos, las 12 bases, el número de consejeros, la forma de elección, etc. Sin embargo, es evidente que todos tuvieron que ceder, en menor o mayor grado, pero para que existan los acuerdos, se debe transar, y aquello implica “perder” algo al menos.
Nuestro país (y quizás muchos otros), se caracteriza por encontrar todo malo en la política, o en sentido contrario, defender lo indefendible cuando la autoridad es de su propio sector. Esta forma de accionar nos ha llevado a un retraso, a la ralentización de los procesos que deben satisfacer las necesidades del país. Siempre criticando todo lo que viene del lado opuesto sin argumentos pragmáticos sino ideológicos, esta polarización nos lleva inevitablemente a vivir en el descontento político.
Sin embargo, la invitación es a valorar el acuerdo, en cualquier otro país no se habrían demorado 3 meses, probablemente años o quizás nunca, sectores tan diametralmente opuestos, hubieran podido llegar a sentar las bases de un segundo intento de proceso constitucional. Entreguemos nuestra confianza a aquellos representantes que nosotros mismos elegimos, pongamos el acento en aquello que nos una como chilenos y no estemos siempre resaltando aquello que nos divide. Demostrémosle al mundo cómo un país es capaz de tener una nueva y buena Constitución escrita en democracia. Miremos el vaso medio lleno, aunque sea por esta vez.
*Vanessa Ferrer Radovich es excandidata a Diputada Independiente, publicista y egresada de Derecho.
Hay algunos errores importantes en este escrito y es lamentable que la autora no sea periodista, sino que activista, sobre todo cuando hay mala intención y mentira.
Para empezar, la constitución vigente no es la de dictadura, es la constitución de Lagos. Esa referencia es un insulto directo a un respetado presidente de nuestro país.
Además, es la constitución que ha traído más progreso y éxito a nuestro país en toda su historia. Chile no solo ha alcanzado el primer lugar en movilidad social, lo que constatamos observando que el 70% de los alumnos universitarios son la primera generación que ingresan a la universidad, y por las expectativas de bienestar general de la población. Lo logrado por Chile es una maravilla y reconocido por la mayor parte de los países del mundo. Chile ha traído más justicia social que la propia China, país que si tiene una dictadura como las jamás vistas en nuestro país.
Hay una referencia a extremos ideológicos y eso tampoco está correcto. Por el lado de la derecha tenemos un partido demócrata y conservadora, no es extrema, es la derecha tradicional de nuestro país. ¿Dónde podemos encontrar extremos? Cuando a las ideas se trata de imponer a la fuerza. En ese sector tenemos al Partido Comunista y el frente amplio, que insiste una y otra vez de que la experiencia de Cuba debe ser repetida en Chile. Quizás ellos aspiran a las riquezas de los hijos de Castro o de Chávez, de lo contrario no se entiende. En todo caso ellos traicionan al pueblo chileno porque en esas dictaduras del pueblo es sometido para vivir en una gran cárcel miserable. El que lo dude, que vaya a ver con sus propios ojos.
“Por su parte, la derecha extrema quiere creer (o hacernos creer), que el 62% le pertenece y que los chilenos no quieren una nueva Constitución..”, desafortunada la redacción, porque demuestra una soberbia que no corresponde.
Para empezar, no corresponde derecha extrema, si la que escribe fuera periodista y no activista, diría derecha conservadora. Ese lenguaje ofensivo y falto de respeto la ubica en el campo de la izquierda radical que no respeta al prójimo. Por otra parte, recordemos también que en el año 2018 sólo 4% de la población consideraba que era importante una nueva constitución. Eso es obvio, porque ningún cambio constitucional arreglará los problemas del momento y eso sin contar que es la constitución que ha traído más progreso.
Por lo tanto, una nueva constitución sólo traerá un mundo peor.
Es evidente y repito: cualquier cambio de constitución sólo traerá un país peor