* Por Paula Salvo Del Canto, presidenta y Jennifer Alfaro, encargada de
estudios de Corporación Humanas
En medio de las recientes apelaciones y ajustes en las candidaturas parlamentarias, el debate sobre la representación política de las mujeres vuelve a estar sobre la mesa. La discusión no es nueva: Chile ha avanzado en presencia femenina, pero la paridad sigue siendo una deuda pendiente para construir una democracia verdaderamente igualitaria.
Hoy las mujeres representan el 35,5% de la Cámara de Diputadas y Diputados -55 de los 155 escaños- y apenas el 24% del Senado -12 de 50 integrantes-. A nivel local, en las elecciones municipales de 2024 sólo el 16,2% de las alcaldías fueron ocupadas por mujeres -56 de 345-, mientras que en los concejos municipales alcanzaron un 40% y en los consejos regionales un 34%. Estos números, aunque muestran avances respecto de décadas pasadas, confirman una verdad incómoda: la democracia chilena sigue siendo una democracia a medias.
Para las próximas elecciones al Congreso Nacional, las cifras muestran que en el Senado un (44,8%) de las candidaturas corresponde a mujeres y un 55,2% a hombres, mientras que en la Cámara de Diputadas y Diputados un 44% son mujeres y un 56% hombres. Sin embargo, hay regiones especialmente preocupantes: Tarapacá (84,2% hombres y solo 15,8% mujeres), Los Lagos (64,2% hombres) y Arica y Parinacota (64% hombres).
La Ley de Cuotas, vigente desde 2017, abrió una grieta en ese muro. Al exigir que ningún sexo superara el 60% de las candidaturas al Congreso y al entregar incentivos por cada mujer electa, permitió un salto cuantitativo en representación. Pero es una medida temporal que concluye en 2029. La pregunta es evidente: ¿qué pasará después? ¿Volveremos a una política masculinizada que invisibiliza a la mitad de la población?
Las cuotas han sido necesarias porque, sin acciones afirmativas, la promesa de igualdad se vuelve un espejismo. La propia Comisión Interamericana de Derechos Humanos ha señalado que no puede hablarse de democracia plena cuando las mujeres están excluidas de los espacios de poder. A su vez, la CEDAW en su artículo 4 obliga a los Estados a adoptar medidas especiales de carácter temporal encaminadas a acelerar la igualdad sustantiva entre mujeres y hombres.
No obstante, las cuotas son solo un primer peldaño. Aseguran presencia, pero no transforman las estructuras. La verdadera revolución democrática es la paridad: un principio organizador que redistribuye el poder entre mujeres y hombres en igualdad de condiciones. La experiencia de la Convención Constitucional en 2021 lo demostró: por primera vez un órgano constituyente funcionó bajo reglas paritarias y permitió visibilizar agendas históricamente relegadas en materia de derechos de las mujeres
La paridad no es una concesión a las mujeres: es un mandato de justicia y un estándar internacional. La Plataforma de Acción de Beijing señaló con claridad que la participación igualitaria de las mujeres en el ejercicio del poder y la toma de decisiones es condición indispensable para la democracia y la paz. Más aún, diversos países latinoamericanos ya han incorporado la paridad en sus constituciones -México, Bolivia, Ecuador, Costa Rica- mostrando que es posible resignificar la democracia y hacerla más representativa.
Quienes se oponen sostienen que la paridad atenta contra el mérito individual. Pero ¿qué mérito existe en un sistema que históricamente ha privilegiado a los hombres? ¿Qué mérito hay en heredar redes, financiamiento y visibilidad que las mujeres nunca tuvieron? La paridad no elimina el mérito: elimina los obstáculos estructurales que impiden que el mérito femenino siquiera tenga la oportunidad de desplegarse.
Estamos, entonces, en una encrucijada. La vigencia de las cuotas hasta 2029 nos da una ventana de oportunidad para dar el salto definitivo hacia la paridad como principio constitucional y democrático. Si no lo hacemos, corremos el riesgo de retroceder en un derecho conquistado con décadas de luchas feministas y sociales.
La democracia no puede seguir siendo patrimonio de unos pocos. Las mujeres no son una minoría: somos la mitad de la población. Y sin nosotras, no hay democracia plena.
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