Por Gonzalo Bulnes
Desde hace meses se nos viene hablando de que estamos ante un proceso constitucional único en nuestra historia. Pero ¿eso es así?
La verdad es que no. La anterior Convención Constituyente, por medio de la cual tratamos de redactar una Constitución, fracasó por ciertas razones y es bueno analizar el por qué, para que no se repita.
Es cierto que estamos hablando de una Convención distinta a la actual, esa primera Convención Constitucional no era paritaria, ni siquiera había mujeres (ellas no tenían derecho a voto), ni incluía representantes de pueblos originarios, pero existió y sus resultados nos pueden enseñar.
Hace algunos meses escribí una columna para el Diario El Fortín Mapocho en que advertía que el actual proceso se parecía, de alguna manera, a un fin de ciclo político como fue el término de la mal llamada República Parlamentaria. Digo que parecido, porque en aquel entonces, 1923-1925, al igual que ahora Chile estaba gobernada por una pequeña élite, la llamada oligarquía, que había construido un sistema político cada vez más corrupto, en que todo intento de cambio real se bloqueaba por la minoría. En ese entonces, nos regía la Constitución de 1833, la que durante cien años nos había sido impuesta por la alianza entre conservadores y o´higginistas que habían triunfado en la batalla de Lircay.
Con el tiempo existieron reformas; los vencidos, esto es los liberales, habían llegado a ser gobierno. Pero cuando dichos gobiernos liberales fueron más allá de lo permitido, la élite local y las potencias de la época (Inglaterra y Alemania) derrocaron al gobierno de Balmaceda, después de una sangrienta guerra civil.
Después de eso todos se habían terminado convirtiendo. Liberales, conservadores y radicales eran parte del sistema contra el cual se rebeló la población.
La diferencia entre aquella época y la presente radica, entre otros, en quién ejercía la Presidencia de la República; porque había llegado al gobierno quién representaba a los reformistas, a quien el pueblo veía como el líder del cambio: Arturo Alessandri Palma.
Y bien, él condujo a Chile a un proceso de cambio constitucional por medio de una Convención Constituyente que, por supuesto, hicieron fracasar.
¿Cómo lo hicieron y qué debemos aprender de ello?
El método que emplearon fue simple: empantanaron la Convención, dejaron que se eternizaran los debates y los publicaron en la prensa en forma diaria, para que la población se cansara de esta y naciera el sentir de que los convencionales eran inútiles, que no llegaban a nada. Y en el intertanto, una comisión de 12 personas elegidas por Alessandri redactó una Constitución entre cuatro paredes y en silencio.
Cuando la opinión generalizada de la población era que los convencionales no llegaban a nada y su credibilidad estaba desgastada, vino el golpe de gracia. Se los ignoró y se presentó el texto redactado por los 12 amigos de Alessandri como una Constitución de consenso y equilibrada, la que se llevó a plebiscito y fue aprobada.
¿Fue esa Constitución un avance?
Ciertamente era más democrática y mejor que la anterior. Con ella Allende llegó al gobierno, pero ese no es el tema; el punto es cómo la élite controló el proceso, cómo los de siempre calmaron a la plebe y pactaron, entre ellos, un nuevo orden que podían controlar.
Mi idea es entonces escribir algunas columnas acerca de los peligros que, a mi parecer, pueden hacer que la historia se repita.