*Por Andrea Rojas Rojas
Escribir es una de las formas en las que gestiono mis emociones. Escribir ordena mis ideas y clarifica mis pensamientos contradictorios. Escribir como una forma de resistencia a las injusticias, sin saber si alguien me leerá, si le hará sentido o si resonarán mis palabras. Escribo porque cuando hay más de 936 kilómetros de donde se toman las decisiones, una columna es uno de los pocos espacios que quedan.
No hay palabras para explicar lo que es vivir en una zona de sacrificio ambiental, el arte se nos queda corto, las instituciones y espacios de conversaciones son insuficientes, y la centralización nos invisibiliza cada vez más. Esto quedó en evidencia el domingo cuando decidimos no aprobar la propuesta de Constitución. Ese mismo pueblo que en el 2020 viralizaba los resultados del plebiscito de entrada en las zonas de sacrificio ambiental, hoy, desde la frustración y rabia, nos entrega los más crueles y clasistas mensajes por no aprobar. Y es ahí donde con la herida abierta y sangrante, entre los cientos de lecturas políticas que podemos hacer, yo me quedo con el que más duele; un Chile tan profundamente dañado que no dudamos en pisotear a territorios que llevan décadas en el suelo.
Petorca rechazó una Constitución que establecía el agua como un derecho humano, un bien común natural e indispensable para la vida, donde todos y todas podríamos usarla de manera democrática, participativa y equitativa. Que incluso levantaba una agencia nacional de aguas, que velaría por la conservación y preservación de las cuencas y ríos.
Quintero y Puchuncaví, junto con el resto de Zonas de sacrificio ambiental en Chile, rechazaron la primera Constitución ecológica en el mundo. Al fin consagrábamos el derecho a vivir en un medio ambiente libre de contaminación. Rechazaron derechos humanos ambientales y justicia ambiental, esa que hemos perseguido por tantas décadas. Rechazaron la garantía de no repetición, la biodiversidad que existe a lo largo y ancho de Chile sigue en inminente peligro.
Alto Hospicio rechazó el derecho a la vivienda digna y adecuada. No logramos desmentir a todos quienes difundían que no se consagraba el derecho a la vivienda propia, y a punta de mentiras jugaron con una de las necesidades básicas más sensibles de nuestro país.
Chañaral rechazó y con eso revivió y fortaleció a figuras políticas como Ricardo Lagos. El mismo expresidente que hace 19 años atrás se bañaba en la playa grande de Chañaral junto al gerente general de Codelco y otras figuras políticas, negando la contaminación de lo que internacionalmente se cataloga como “uno de los desastres ecológicos más grandes del mundo”.
¿Y qué pasó? ¿Por qué las zonas de sacrificio en Chile no aprobaron? Eso sólo lo pueden determinar los territorios, es un ejercicio de análisis que tiene que hacer la comunidad de forma transversal. Pero lo que no puede pasar y seguir pasando, es continuar disparando palabras que hieren y humillan, que desde los privilegios de vivir en las grandes ciudades nos señalen con el dedo, que nos traten de ignorantes y se burlen del sufrimiento ajeno. Ese no es el Chile que aprobamos.
A nadie le gusta respirar metales pesados, a nadie le gusta que cierren escuelas en vez de a los ecocidas, a nadie le gusta bañarse con un litro de agua. Antes de juzgar con tanta liviandad las decisiones democráticas en lugares donde sabemos lo cruel que puede ser la vida, busquemos la forma de escucharnos y abrir diálogos.
Seguirán las rifas y eventos para costear viajes y tratamiento al cáncer. Seguiremos endeudándonos persiguiendo el inalcanzable sueño de la casa propia. Seguiremos luchando por la desprivatización del agua. Seguiremos resistiendo a la economía extractivista cruel y al patriarcado inhumano. Y desde esta trinchera nos levantaremos como sólo nosotras sabemos hacerlo, para exigir la vida que nos corresponde.
Chile tiene una deuda histórica con las zonas de sacrificio ambiental, y desde el 4 de septiembre del 2022 las zonas de sacrificio ambiental tenemos una deuda con Chile. Buscaremos la forma, seguiremos buscando el punto de reencuentro, incluso, con más ganas que ayer, porque si hay un concepto que define a las zonas de sacrificio es la resiliencia.
*Andrea Rojas Rojas es una activista ecofeminista de Chañaral y fundadora de la Red Feminista Chañaral.