Por Carlos Calvo, convencional por el distrito 5
Nos educamos constantemente a lo largo de nuestra vida, pero solo nos escolarizamos ocasionalmente cuando vamos a la escuela o universidad, aunque aquello abarque décadas en nuestras vidas. Nos educamos a lo largo del día y al dormir, mientras el inconsciente procesa todos los datos recibidos durante el día para sorprenderles con intuiciones prodigiosas, que en la ciencia las reconocen como serendipias.
Lo hacemos tan bien como el contexto nos lo permite; sin embargo, los resultados no siempre son excelentes ni buenos, sino bastante deficientes, como cuando solo aprendemos códigos restringidos y no elaborados por lo que no podemos nombrar a los objetos y procesos con sus nombres propios. Su causa está en el contexto y no en la capacidad de quien aprende, salvo excepciones muy señaladas. La situación es diferente con el fracaso escolar tan masivo, pero en este caso no es por la incapacidad de los/as aprendientes, sino como efecto del modo en que se enseña y se intenta aprender en la educación formal.
Las pruebas del desastre escolar son abundantes, explicables, pero no justificables. Nos desconcertamos cuando encontramos jóvenes que no leen comprensivamente al finalizar los doce años de escolaridad, que tienen problemas para resolver operaciones aritméticas, que no comprenden procesos biológicos sencillos o que no relacionan procesos históricos, por ejemplo. También quedamos atónitos cuando encontramos a jóvenes que leen comprensivamente, incluso en más de una lengua, que comprenden bien muchos contenidos de algunas asignaturas, pero no de todas ellas, lo que se explica aduciendo que no son de su interés y/o que no tienen la habilidad necesaria.
Si bien algo de esto es verdad, su crudeza se escamotea gracias a un burdo, aunque eficiente acto de prestidigitación, que transmuta el efecto en causa al entrabar el ejercicio profesional del profesorado, al inhibir la potente propensión a aprender de cada estudiante y al disuadir la colaboración de las familias por no manejar los contenidos escolares, puesto que ya padecieron los efectos de la mala escolarización. Ninguno de los aprendizajes deberían ser deficitario puesto que todos/as, sin excepción, estamos dotados para aprender bien y de todo, aunque logremos diferentes grados de goce sinérgico y competencia. Estos descalabros, que existen desde antes de la pandemia, en su mayoría los causa el paradigma que justifica el asignaturismo y la predominancia de contenidos antes que de relaciones, lo que estimula la memorización y castiga la innovación.
Requerimos de una transformación epistemológica radical para des-escolarizar a toda la cultura escolar y universitaria para que los procesos de enseñanza y de aprendizaje fluyan desde la curiosidad, la observación, la exploración, la generación de hipótesis, la experimentación, entre otros procesos, generando una circularidad virtuosa hacia una complejidad que crece sin límites, desde la más temprana infancia hasta el postdoctorado más sofisticado.
La des-escolarización será significativamente más económica porque el material didáctico estará en el mismo entorno, natural y social, rural o urbano. Se indagará el territorio donde se habita, se conocerá su flora y fauna local, al igual que la historia del barrio y de las localidades aledañas, etc. Se enhebrarán lúdicamente los aprendizajes, por precarios que sean, y se trascenderá desde lo local hacia lo más universal para regresar a lo local constantemente. Se desvelarán regularidades y patrones y se encontrarán analogías diversas y curiosas, como las de que tienen en común el sistema circulatorio, las plantas y árboles y los pasajes, calles, avenidas y carreteras. Durante el devenir de estos procesos se acepta la equivocación porque es forma constitutiva de todos los aprendizajes genuinos y porque los/as educandos/as están aprendiendo y lo hacen a lo largo de un proceso de avance y retroceso.
De este modo, no solo ayudaremos a que nuestras/os aprendientes desarrollen sus talentos particulares, sino también a desarrollar una democracia que se nutre del goce lúdico, estético y ético que nace de la sorpresa ante lo ignoto, alimenta el descubrimiento y la rigurosidad de la experimentación no escolarizada.
El desafío que tenemos en la creación de una nueva Constitución reside en si seremos capaces de pensarla desde un nuevo paradigma, para lo cual debemos abandonar el actual, lo que no es un asunto meramente voluntario porque está entretejido con nuestro existir, valores y todas las limitaciones que nos impone el actual sistema social.
*Carlos Calvo es convencional por el distrito 5 (Andacollo, Canela, Combarbalá, Coquimbo, Illapel, La Higuera, La Serena, Los Vilos, Monte Patria, Ovalle, Paihuano, Punitaqui, Río Hurtado, Salamanca, Vicuña). Profesor de Filosofía por la Universidad Católica de Valparaíso y Doctor en Educación por la Universidad de Stanford.
Antes de existir la educación primaria obligatoria, se presentaba de algún modo un aprendizaje relacionado con los ritmos naturales de la persona, pero, aquellos grupos eran proclives a un manejo burdo de quienes poseían los bienes (lo cual no ha cambiado). La instrucción primaria obligatoria debía sacar de la nebulosa a la gente y nutrirla con un saber universal que iluminará la existencia y ser así dueños de su destino, de la mano como nación hacia un estado de porvenir.
Por lo visto no ha sucedido, sin ahondar en los buenos o malos modelos educativos, lo trasciendente del modo en se educa, ya sea 10 horas diarias de colegio o todo el día aprendiendo en un talller junto al padre, tiene que ver con el fin último del saber acumulado.
Concuerdo en qué cada día aprendemos, hacemos asociaciones, creo que el objetivo es subsistir, en el caso del adulto, para no perder el trabajo, para lograr mantener cohesionada su familia, etc.
Pero hay en en el fondo un por qué para esa sed (involuntaria o consciente) de saber.
Creo que acá es clave el trabajo de quienes generan nuestra nueva constitución, hacer que las condiciones de vida, planteado en términos muy básicos en el acceso a la salud, la educación, vivienda, relaciones laborales sanas, etcétera, naden en la justicia, en la garantía de una vida plena, donde las búsquedas individuales de beneficio sean un aporte al bien común y no se alimenten con el desmedro del bienestar de los demás.
Creo que todo modelo educativo que se implemente debe llevar una impronta de infinito respeto por los demás, ya sea a través de una educación artística, tecnológica, de contacto estrecho con la naturaleza, en fin, da lo mismo la forma si estamos liberando a quienes se educan de la urgencia por subsistir.